Ayer estuve disfrutando de un concierto de Pantera del año 1992 y hoy quiero contarte una cosa. Verás, fue como un airbag explotando, una revelación que surgió sin pensar, como por arte de magia. Al ver un fotograma me di cuenta de lo bien estructurada que estaba la vida antes de las redes sociales y cómo éstas han venido para sembrar el caos.
Te lo vengo avisando desde hace ya 10 años, que se dice pronto, y el pasar de los años ha ido confirmando que estaba en lo cierto. Verás, la gente cuando hoy va a un concierto lo que hace es grabar y grabar sin sentido con su puto móvil para publicarlo en instagram, en forma de reel, de historia o como coño se llame ahora, con el objetivo de que otros subnormales se enteren de que esa persona ha estado en el concierto.
Lo de menos es el concierto, cómo ha cantado el artista o cómo han tocado los músicos no importa una mierda, el que publica el vídeo lo hace solamente por vanidad, para provocar envidias, para difundir la mentira de una vida divertida, de un momento inolvidable, es todo falso. Nadie al ver el vídeo disfruta del concierto y quien graba tampoco lo está disfrutando, de hecho lo más probable es que el fulano se grabe a él mismo cantando, sólo su cara, olvidándose del escenario. Todo gira en torno a él. ¿A quién le importa el concierto? Se trata de ocultar el vacío existencial con la mentira de un momento teatralizado. Dudo mucho que una persona que esté disfrutando de un concierto de verdad pierda el tiempo en grabar un vídeo de mierda que no va a importar a nadie.
Ahora súmale que lo más probable es que el vídeo dure unos 10 o 15 segundos, que la persona que lo ve, va a pasar al siguiente en el segundo 7 y que en ese minuto además del vídeo del concierto también ha visto a su prima brindar con cuatro gordas en una despedida de soltera, a un famoso tomar el sol en un yate, a un vendeburras haciéndose un batido de algas, a una lunática hacer una pizza en una sartén y un anuncio de compresas. Así que imagínate la importancia del vídeo.
Bien pues esto era impensable antes de las redes sociales. Así es como se estructuraba antes un concierto en los años 90 y décadas anteriores:
Para empezar se observa con meridiana claridad una línea que separa al artista de la masa, había dos mundos bien delimitados, el semidios admirado y la gente normal que admiraba. Para que esos mundos se tocasen había que hacer grandes esperas y conocer los pasillos de los camerinos para en el mejor de los casos poder estrecharle la mano a tu ídolo o que te firmase un disco. Al no haber móviles, la gente sólo dirige su atención hacia el protagonista, lo importante es lo que pasa encima del escenario, a nadie le importaba el asistente ni su puta cara de felicidad, la gente era un cero a la izquierda como es lógico. Si te fijas, la gente que está haciendo fotos y grabando el vídeo son los profesionales del recuerdo, los que han hecho que ese momento perdure hasta nuestros días y que gente como tú y como yo podamos disfrutar desde nuestro sillón de aquel momento que pasó hace más de treinta años. Bien grabado, buena imagen, buen sonido, ¿qué más se puede pedir?
Esta estructura es la que ha destrozado instagram, trasladando el punto de atención del escenario a la persona anónima.
Hazte un favor a ti mismo y ciérrate instagram.