El otro día me escribió un amigo de internet y me preguntó por qué ya no subo antiguos legajos restaurados del porno retro impreso. Bueno, el titular sensacionalista podría ser "La inteligencia artificial acaba con los restauradores digitales", y no le faltaría razón. La IA ha terminado con mi trabajo de artesanía digital, ya no vale la pena perder diez minutos retocando una antigua imagen digitalizada de la época dorada cuando una IA te lo hace en menos de lo que canta un gallo. Ya no me apetece. También te digo que me niego a perder el tiempo pasando compulsivamente sin ningún sentido antiguos legajos por una estúpida IA.
Lo bonito de la restauración digital no es sólo la mejora de la imagen, sino la labor de arqueología digital, como cuando encuentran un yacimiento de cachivaches antiguos de no sé qué civilización. Pues esto es lo mismo, la gracia además de ver la foto restaurada, es el deleite de una obra de arte recuperada del olvido.
Yo sigo coleccionando las obras de arte que caen en mis manos y si creo que vale la pena, la restauro, pero ya no lo hago como el artesano de mimbre que abre la puerta de su garaje para que los turistas que pasan por su pueblo le compren algo, sino como un científico loco que se ha desconectado de la realidad y vive encerrado entre tubos y servilletas con anotaciones.
De hecho pienso que nos enfrentamos a un tiempo tan escalofriante, que nada de lo que veamos a partir de ahora tendrá veracidad. Si algo ha hecho la IA es darle aún más valor a los libros antiguos. Me fío más de lo que me diga una enciclopedia de 1985 que cualquier periódico digital. La IA ha convertido a las fotografías de los libros antiguos en cofres llenos de realidad.