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El otro día me comí el rabo de John Holmes rebozado

Acabo de acordarme de que el año pasado hice una serie de excelentes publicaciones en instagram donde hablaba de las diferencias entre las vacaciones y el veraneo, y como ya está apretando la calor y todo aquel instagram se esfumó de Dios sabe qué sectores de qué plato de qué disco duro de qué servidor de qué granja de facebook, he pensado que sería buena idea recordar un poco todo aquello y preparar ya el terreno para hablar de las cosas del verano.

Una de las claves para disfrutar del veraneo es comprender en toda su dimensión el término paleto. Verás, es posible que nadie te haya contado esto jamás, pero en la vida todo es susceptible de ser excelente. Un paleto excelente, consciente de lo que es y lo que hace, es infinitamente mejor que uno de esos snobs de Mercadona. No sé si vais o habéis ido alguna vez a Mercadona, yo suelo evitarlo porque me entristece estar rodeado de marcas blancas, pero bueno no quiero desviarme del tema que estamos tratando. Un snob de Mercadona es uno de esos señores estirados de canas repeinadas y gafas por encima de los hombros de esas que se abren por el centro con un imán, queriendo dar la impresión de ilustres abogados mientras tocan sin guantes los tomates plastiqueros del mercadona para ver si están maduros. Bien, pues este tipo de farsante no le llega ni a la suela de los zapatos al auténtico paleto, el paletuus excelentis.

Esto que dije hace un año quedó bastante claro: "Cuando la gente utilizaba el término paleto en los años 90, década en la que la sociedad aún crecía intelectualmente, lo hacía en clave peyorativa porque evocaba tiempos pasados peores. Lo curioso es que la sociedad ha desmejorado tanto que actualmente cualquier tiempo pasado es de forma palmaria muy superior a hoy, tanto creativa, moral, respetuosa e intelectualmente hablando. Es decir que ser paleto a día de hoy es algo bueno."

Yo desde aquí me comprometo a volver a ser un paleto este verano, de hecho ya he empezado. El otro día estuve comiendo en uno de esos bares con solera donde al pedir una Coca-Cola Zero el camarero te responde con un "ya viene p'acá" y por alguna extraña razón muchos comensales llaman al camarero "maestro".


Pero aunque me gustaría seguirte hablando de mis gustos gastronómicos, el motivo por el cual he empezado a contarte todo esto es por lo que viene a continuación. Verás, yo soy mucho de pedir pavías. Las pavías son de esos platos que son un engorro hacerlos en casa y por mucho empeño que le pongas, nunca te van a salir igual de ricas que en los bares. De hecho yo en mi casa jamás he intentado hacer una puta pavía en mi vida, no estoy loco. Hay platos que son de bares y que no vale la pena intentarlos hacer en casa, como es el caso de los caracoles, el chipirón plancha o el solomillo al whisky. Si te apetece comer algo de esto lo mejor es que te vayas a un bar y cuanto más buhío sea, mejor sabrá.

No sé qué me pasa hoy que me estoy yendo mucho por las ramas, iba a que pedí una pavía concretamente de merluza, y claro cuando yo pido una pavía lo que espero encontrar en el plato es un rebozado de como mucho una cuarta, más o menos grasiento y ligeramente salado, pero lo que sobresalía de auqel plato era básicamente el rabo de John Holmes rebozado.


Teniendo en cuanta que uno de los extremos estaba ligeramente doblado, la pavía podría medir sin duda más de 30 centímetros. Y te puedo asegurar que aunque no la mejor, ha sido una de las pavías más ricas que he probado entrando directamente en el top five most popular pavías.



Con estas historias tan dicharacheras lo que espero, querido amigo, es entretenerte en este internet cada vez más aburrido de redes sociales, amas de casa jugando a ser influencers en instagram, niñatos creyéndose politólogos en twitter y tu prima la del pueblo contando sus miserias en facebook.