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Rolex, chinas, ranas



Una de las cosas que más ilusión me hacía de Nueva York era ir a Chinatown. Esa imagen de decadencia siempre me ha llamado la atención, los callejones llenos de basura a los que da la puerta de atrás de un restaurante, los puestos de cosas raras, los patos colgados tras un cristal con más pringue que el mandil de un churrero, en fin, todo lo que se nos ha vendido en el cine. Supongo que habrá gente que va con otras expectativas y después se decepciona, pero yo sabía perfectamente a lo que me enfrentaba, un rincón infecto.

Básicamente en Chinatown quería hacer dos cosas, meterme en los supermercados y conocer el famoso sistema que tienen para vender las falsificaciones. Tenía realmente ganas de vivir esa experiencia. No había dado diez pasos por la calle Canal cuando la primera china me asaltó, yo no pensaba comprar nada, lo único que quería era vivir la experiencia de turista paleto. Así que me marqué un objetivo, forzar el regateo hasta extremos insultantes.



Por ejemplo los relojes te los ofrecen de primeras entre 80 y 100 dólares, precio que obviamente tienes que rechazar poniendo mala cara. Una de las cosas que más me sorprendió es que la mayoría de las veces en lugar de sugerirme un segundo precio algo más bajo, me preguntan directamente cuánto estaba dispuesto a pagar. La primera vez dije que no pagaría más de 20 dólares.

Las chinas tienen más mala leche que un cable pelao y cuando intentas abusar cogen unos rebotes increíbles. A mí era una situación que me divertía muchísimo. Conseguí que una de las chinas me dejara un "Rolex" por 35$, oferta que terminé rechazando, con lo que conseguí que la china se fuera lanzando improperios en su idioma, muy probablemente cagándose en mi puta madre.

Le estaba cogiendo el gusto a eso de que me insultaran en chino así que a la siguiente le dije que si me daba dos "Rolex" yo le daba 60$, la china pasó de mi, fui detrás de ella y se lo repetí sin parar, "sixty dollars, sisxty dollars, sixty dollars..." hasta que se hartó, se dio media vuelta y me empezó a gritar "Go! Go!! Go!!!", aquello fue un momento maravilloso.

Pero lo mejor aún estaba por llegar, se me acercó una chinita joven ofreciéndome bolsos, y yo le dije que quería relojes, me sacó un catálogo y tras momentos tensos durante el regateo, conseguí un precio de atención, 25 dólares. Tan sólo cinco minutos antes una china me insultó por decirle 35$ y ahora ésta me lo estaba dejando por 25$. Total que le dije que había cambiado de idea, que prefería dos "Rolex" por 20$ cada uno. Estoy seguro que de haber podido la china me hubiere acuchillado allí mismo, pero en lugar de eso me gritó "you, inside!!!" mientras señalaba un cubo de basura , sin duda un recuerdo memorable que me llevé de la gran manzana.


Después de aquello comencé a temer por mi integridad física, así que me metí en un supermercado donde yo era el único occidental. Los supermercados de Chinatown son fantásticos. Caminando por sus pasillos volví a sentirme como cuando de niño me paseaba por la planta de juguetes de El Corte Inglés.

Los chinos comen auténticas locuras, en la pescadería había acuarios con ranas vivas, culebrillas de agua y cosas que olían muy raro. Prácticamente todo daba asco, así que lo único que me compré fueron unas naranjas que me comí al salir de aquel maravilloso antro.