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Olor a gamba y suavizante

Internet a día de hoy sin estar en las redes sociales me recuerda mucho a lo que era en los noventa no salir a las discotecas. No sé si te acuerdas, pero en los noventa o salías un sábado por la noche a una discoteca o eras un bicho raro. Lo que pasa es que el nivel cultural de aquellos años era muy superior al de hoy, por lo que en realidad los bichos raros no estaban tan mal vistos. Había heavys que se reunían en plazas del centro de la ciudad a fumar polen, también era frecuente encontrarse en los aparcamientos de los polígonos industriales a grupúsculos de infraseres rodeados de lo que por aquellos entonces se conocían como scooters empepinadas, bebiendo ron con cocacola y esnifando sucedáneo de polvo de tiza y aspirina sobre el espejo retrovisor de un Clio. Bueno a lo que iba, que estar en internet sin entrar en las redes sociales equivale a esas noches de los noventa que te quedabas en tu casa configurando la Voodoo Banshee más solo que la una pero más feliz que un rucho. Sé que me estás entendiendo.

Te cuento esto porque vivir al margen de las redes sociales te agudiza el instinto, y al igual que pasaba en los noventa, tienes que buscar una alternativa de ocio que satisfaga tus inquietudes, aunque termine derivando en formas marginales de entretenimiento. Por ejemplo el otro día vi por primera vez un vídeo de un rap en ASMR, es de mi amigo Raffy Taphy.


Que me gusten este tipo de cosas en verdad me preocupa. Hay veces que no sé si estoy cayendo en el pozo de la locura o que sencillamente soy subnormal profundo. En cualquier caso el mundo sigue girando y yo continuo mi camino entre tinieblas.

Ya que estás aquí conmigo voy a aprovechar para contarte otras formas de ocio que existían en los noventa. Verás, hoy cualquier chaval en una tarde ve más coños en su móvil que los que vi yo en toda mi adolescencia. Tal cosa obligaba a los niños de mi generación a llenar ese vacío con actos carentes de toda razón. El lanzamiento de naranjas desde la azotea a los autobuses era un clásico, pero claro el tiempo que tardaba en llegar el siguiente autobús teníamos que matarlo haciendo algo, por lo que prácticamente nos veíamos obligados a buscar en los tendederos las bragas de nuestras vecinas.

Cuando veíamos una braga sugerente, ya sabes, lencería con bordados de colores llamativos, acercábamos nuestras narices como si fuéramos perros y llenábamos los pulmones intentando distinguir una partícula de chumino entre tanto olor a suavizante. Recuerdo que aspiraba con la ilusión de que una de esas bragas fuera de la mujer del torero.

Tenemos que volver a la azotea de internet.